La boda de mi mejor amiga
- Carolina De Las Heras Quirós
- 4 may 2020
- 6 Min. de lectura

-Señores, pueden quedarse y acompañarme a comer y beber si lo desean, pero aquí no va a celebrarse ninguna boda…al menos, no la mía.
No fui la más sorprendida de los que estábamos en la iglesia pero sí la única, junto con el novio, que creía saber el porqué. Porqué Isabel había esperado hasta ese momento para dejar plantado a Jorge. Lo había hecho a su manera, era muy propio de ella, le encantaba el cine y las películas románticas, esas en las que ocurren cosas como la que Isabel acababa de hacer.
Los susurros en la iglesia fueron en aumento así como el murmullo de los abanicos meneándose con excitación, pero nadie se movió de su banco, como si todos esperaran que de pronto un invitado indeterminado diera un paso adelante y confesara que sólo se trataba de una broma. El calor era insoportable y el único alivio era el aire que removían las decenas de abanicos. El cura se secó la frente con la manga de la sotana, mientras parpadeaba mirando incrédulo a la pareja que tenía en frente. Aurora, la madre de Jorge, se desplomó en el banco mientras su hija intentaba darle aire con la mano frenéticamente y miraba incrédula a su hermano en el altar. Jorge tenía la cara que se le puede quedar a uno cuando le toca pasar por algo como aquello (o similar porque, exceptuando a los actores en la ficción, dudo que exista mucha gente que haya experimentado algo así) pero yo era la única, junto con Isabel, que sabía lo que estaba pensando él en ese momento: ¿cómo coño se había enterado? Pero, a diferencia de mí, ella estaba preparada para lo que venía y yo no, lo tenía todo planeado, estaba ejecutando la venganza que había maquinado durante al menos dos semanas atrás mientras yo buscaba la mejor manera de salvar mi culo.
La mirada interrogante de Jorge me encontró entre los primeros bancos pero no obtuvo respuesta, sólo mi gesto congelado en el momento. Claro, yo me había ido de la lengua, ¿no? Los dos sabíamos que él no había sido, estaba arrepentido y quería casarse con Isabel. En su mirada podía comprobar que me culpaba, ¿de qué forma sino se había enterado ella? Sólo había ocurrido una vez y era imposible que alguien nos hubiera visto…¿imposible?
La madre de Isa empezó a llorar, pobre mujer. Lo peor de todo era que nadie se movía, así que el efecto de las palabras que acababa de pronunciar la novia perduraba en el ambiente. El cura, tieso como un cirio, miraba compungido a uno y a otro mientras le caían gotas de sudor por la frente y el cuello. Jorge había vuelto su atención hacia ella que se había arrancado el velo de un tirón y sonreía, con la cara desencajada mirando a los asistentes. Parecía como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. “Lo siento, mamá” murmuró, aunque no se percibía en su voz sentimiento de tristeza alguno.
Y en ese momento comenzó a hablar él. Los invitados redujeron a cero el murmullo, los abanicos pararon respondiendo a la expectación de sus propietarias, atentas como el resto a lo que el novio estaba diciendo. Yo no podía creerlo, hubiera deseado hacerme inmediatamente invisible o incluso no haber existido nunca, pero estaba en el primer banco, junto a la familia de Isa y la gente seguía sin moverse, así que era muy difícil escapar de allí sin que alguien se diera cuenta y dedujeran mi culpabilidad.
-Vamos Isabel, podemos arreglar esto…no hagas una locura.
“Qué poco convincente, joder” pensé, “¿eso es lo mejor que se te ocurre? Valiente capullo…”
Ella ni le miró. Sus ojos estaban fijos en mí con una expresión muy extraña. Tragué saliva penosamente. Sabía lo que venía a continuación y pensé que después de todo me lo tenía merecido. Nadie se acuesta con el novio de su mejor amiga y menos a dos semanas de su boda. Nadie con un poco de vergüenza, claro. Lo que Isa iba a decirme en voz alta delante de ochenta personas que nos conocían a las dos (y otras tantas que no nos conocían pero que se estaban divirtiendo de lo lindo) nunca sería suficiente para expiar mi traición.
Intenté abstraerme del momento imaginando cómo demonios podría haberse enterado. Jorge me había llamado ese día porque había olvidado las llaves de su nuevo piso y no podía pedírselas a Isa, estaba en la peluquería (la enésima prueba del recogido de novia). Yo tenía una copia.
Fui hasta allí, le ayudé a ordenar algunas cajas y cuando terminamos me invitó a tomar una copa de vino, que se transformó inexplicablemente en varias, las últimas en la cama, en esa cama que, según me dijo luego, aún Isa y él no habían estrenado.
El piso era muy grande, Isabel podía haber llegado sin avisar y no la habríamos escuchado. Podía haber entrado, vería mi bolso en el salón y escucharía…Joder, a lo mejor hasta nos vio.
-¿Arreglarlo?- Isa ya no me miraba a mí.- ¡Si en la vida me he sentido mejor!
Sin duda, descubrir la infidelidad le había impactado tanto que había entrado en estado de shock durante dos semanas y finalmente había perdido la razón. Volvió la mirada de nuevo hacia mí. Yo me encogía cada vez más, esperando que de un momento a otro pronunciara mi nombre. Pero no lo hizo ella, sino él, el muy idiota.
-Te juro por dios que sólo ha sido esa vez, perdóname por favor, te lo ruego…Isa…
-Pero, ¿qué dices? - Ella centró su atención en Jorge, que parecía a punto de echarse a llorar, arrastrándose como una cucaracha. Recé porque no lo hiciera, el bochorno ya sería insoportable.
-Ni Marta ni yo queríamos que esto sucediera…
Sentí como si el peso del mundo entero físicamente hablando descansara sobre mis hombros. No podía soportar el calor, el aire se me hizo irrespirable, como si se condensara. Después de un profundo “ohhhh” de los invitados a la boda, todos los ojos se posaron en mí. Moví imperceptiblemente la cabeza, dibujando una semisonrisa de no sé de qué me estáis hablando y de mi boca no salió un solo sonido.
Al ver que por allí no se conseguía nada, el auditorio volvió su interés hacia la pareja del altar de nuevo. Isa me miraba otra vez, en esta ocasión con alguna expectativa que yo no tenía ninguna intención de cumplir. Pero Jorge estaba decidido a que la atención recayera sobre mí.
-Podemos anular la boda si quieres, pero no me dejes Isa, sólo fue una vez…no te he sido infiel en los cinco años que llevamos juntos, Marta te lo puede asegurar, ¡ella ha sido la única!
Si hubiera tenido un misil lo habría lanzado directamente sobre su cabeza de chipirón. Sólo a un pusilánime como él se le habría ocurrido confesar una infidelidad delante no sólo de su novia, sino de toda su familia y amigos…por no decir también en presencia de la otra protagonista de la infidelidad.
Aurora, la madre de Jorge, había recuperado la conciencia en el justo momento que su hijo soltaba su mejor frase, así que la volvió a perder al segundo siguiente, soportada firmemente por su marido.
-Eres gilipollas Jorge- terminó de decir mi (ya desde hacía unos minutos) ex amiga, sin mirarle siquiera. Su gesto había pasado de la euforia inicial al desprecio más absoluto.
Y, como era de esperar, se echó a llorar de forma convulsiva. Yo sopesé la idea de acercarme a consolarla, pero venció el no. No era una buena idea.
De las filas de la familia de la novia empezaron a moverse algunas personas, y vi cómo dos de las primas de Isa se acercaban con pañuelos blancos y abanicos hasta ella, que se había desparramado descuidadamente sobre los primeros escalones del altar. Jorge hizo ademán de agacharse a su lado pero Isa le apartó de un manotazo.
Era mi momento. Como si estuviera descalza caminando sobre cristales rotos me di la vuelta y di tres pasos hacia una puerta lateral que había localizado en la planificación de escapada que había hecho minutos antes. Cuando ya creía que podría alcanzar mi objetivo escuché la voz de Isabel por encima los cuchicheos perpetuos de los invitados.
-¡Quieta ahí!
Me paralicé completamente pero no me di la vuelta, con la estúpida esperanza de que no estuviera dirigiéndose a mí. Por supuesto, silencio sepulcral del auditorio.
-Marta, no puedes irte.
Me volví, claro, pensando que, unos segundos más, y me habría librado del estigma. Si alguien aún no sabía quién era la culpable de aquella situación, ya no tenía ninguna duda. La pobre Isa tenía un aspecto tristísimo, con todo el rímel corrido por la cara y el peinado desmoronado.
-Lo que quería decir…yo no quería casarme porque…no iba a hacerlo porque…estoy enamorada de ti, ¡maldita cabrona traicionera de mierda!
Los invitados sólo desalojaron la iglesia cuando la ambulancia se llevó a la madre de Jorge, la pobre mujer ya sufría del corazón antes de aquello así que alguien, por precaución, decidió llamar a emergencias. Y de paso atendieron también al cura, por un golpe de calor.
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